Enviado el 08/09/21
– Los miércoles de libros 031 –
La emoción más antigua y más intensa de la humanidad es el miedo,
y el más antiguo y más intenso de los miedos es el miedo a lo desconocido.
H. P. Lovecraft
A veces mis hijos y yo viajamos en el tiempo.
Respondemos a la misma pregunta que quizá te hayas hecho más de una vez.
Si pudieras ir al pasado, ¿qué época elegirías?
(nos regalamos un billete de inmunidad; obviamos el peligro de accidentes, higiene y enfermedades. Para algo ponemos nosotros las reglas 😁).
El siglo XIX y primer tercio del XX suelen aparecer sobre la mesa.
La época de los primeros saltos de gigante en la ciencia, de los grandes exploradores modernos, de inventos mágicos como la radio, la fotografía y el cine.
De los whoah y ojos abiertos en mayúsculas.
No solo por los descubrimientos, sino por las sensaciones e imágenes que llenaban y crecían en mentes que no conocían más territorio que el que podías recorrer a pie en un día.
Incluso las personas que leían, apenas tenían referencias sensoriales de casi nada, y mucho menos de lo fantástico.
Intento imaginar cómo se enfrentaban a las historias de miedo sin la contaminación de referencias, fotografías ni películas.
Pienso en Lovecraft, maestro del género.
Y en relatos como «La llamada de Cthulhu», donde nos aterra con la existencia de una raza primigenia de monstruos, agazapada en el fondo del mar, esperando el momento para someter al planeta bajo un poder indescriptible.
Criaturas invocadas por hombres que entonan la horrenda fórmula ritual:
¡Ph’nglui mglw’nafh Cthulhu R’lyeh wgah’nagl fhtagn!
Pero claro, hoy es más difícil.
Hemos visto demasiados monstruos como para sorprendernos por la descripción del gran Cthulhu, la «viscosa criatura de las estrellas con una espantosa cabeza de cefalópodo».
Mis whoah brotan (son grandes obras) pero en 20 puntos de tamaño de fuente. No 90.
Y me vuelvo al siglo XXI con envidia y con ganas de un reseteo mental momentáneo para que esas historias me impacten como hace más de cien años.
Cada vez cuesta más sorprender, no tanto porque «todo esté inventado ni contado» (que no lo está) sino por todo lo que acumulamos en nuestra mochila sensorial y nuestra zarandeada capacidad de atención.
Claro que eso también es una ventaja.
Quien sepa filtrar el contenido de su mochila (previamente nutrida), conectarla con otras fuentes y servirla al público adecuado en el momento preciso, tiene opciones de sorprender.
Y de seguir agitando la emoción más antigua, con palabras.
Para someter, como Cthulhu, para entretener, como Lovecraft, o para vender, como vienen haciendo los copywriters desde hace un siglo.
Hasta mañana, salud y mucha tinta.
Michel
P. D.: En nuestros viajes en el tiempo obviamos otras limitaciones, como que me mareo sólo con ver girar una peonza. A ver cómo íbamos sino a surcar los mares y descubrir islas perdidas.
P. D.: No hace falta rituales ni monstruos para agitar emociones que muevan a tu público. Sólo las palabras adecuadas. Pasa por aquí para ir afilando el teclado.
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