Un secreto real con dos lecciones de copywriting

Publicado el 11/02/21
– Los jueves de series 004 –

Eres una araña.

Una araña peluda y pequeña agazapada en su tela, fuera del alcance de las escobas de palacio.

Desde un oscuro y privilegiado rincón divisas toda la alcoba real, la puerta y el pasillo de acceso.

Escuchas pasos. No son horas, pero se acercan pisadas indecisas.

Llaman a la puerta.

—Adelante —dice la reina.

El príncipe entra, vacilante. Mira primero a una esquina (no a la tuya, tú estás recogida y segura en la penumbra del techo).

Mira después a su madre, sin atreverse a avanzar.

Le reprocha cosas que no entiendes.

Ella le contesta desde el tocador, dándole la espalda, vigilando sus reacciones en el espejo mientras se embadurna las manos.

El príncipe se aventura a cruzar la estancia. La reina se gira, pero permanece sentada. La conversación sube de tono. Él se arma de valor. Dice algo que provoca a la reina.

Visiblemente molesta, la reina se levanta y se acerca al joven. Es momento de dejar las cosas claras. Para siempre. Quiénes son, qué se espera de ellos.

Cuál es su deber.

Desde tu atalaya oyes con claridad cuáles son esos límites, para ti ajenos. Los tuyos son los hilos que extiendes por la moldura.

—¿No tengo una voz? —implora el príncipe.

—No tener una voz es algo a lo que todos debemos acostumbrarnos —contesta ella, entre otras razones punzantes.

—Eso es una elección.

—No lo es. Es un deber. Tenía tu edad cuando tu bisabuela me dijo que no hacer nada, no decir nada, es el trabajo más difícil que hay. Ser imparcial no es natural, no es humano.

Una mosca te hace perder el hilo de la conversación. Tu cena sobrevuela las cabezas reales. La reina prosigue.

—… porque cuanto menos hagamos, cuanto menos digamos o asintamos…

—¿O pensemos? ¿O respiremos? ¿O sintamos?

—Mejor.

—Mami, ¡tengo una voz!

La reina, impertérrita, mira a los ojos de su hijo, mucho más alto que ella.

Por un momento te parece que te está mirando a ti, a la penumbra de tu tranquilo rincón.

—Déjame decirte un secreto. Nadie quiere escucharte.

—¿Te refieres al país o a mi propia familia?

—Nadie.

La reina se gira y vuelve a su tocador.

El príncipe, roto por el momento y la losa que siente cerrarse sobre él, quiere decir algo, pero es incapaz. Se marcha sin articular palabra. A quién le importa.

A ti, que sientes un temblor en la tela de araña que anticipa un festín, tampoco.

Esta escena devastadora para cualquier persona, sea de sangre azul o no, encierra dos enseñanzas de copywriting que parecen contradictorias, pero que hay que tener tan presentes como el deber real.

La primera, es que a nadie (léase aquí cliente) le importa lo que digas (como negocio).

A la gente le importa qué puedes ofrecerles, cómo vas a hacerles la vida mejor, más llevadera, más segura. Cómo lo consigas es tu problema.

La segunda parece opuesta, pero en realidad no lo es. Se tocan, se complementan.

La reina Isabel II tenía razón. El príncipe Carlos también.

Tienes una voz. La gente quiere escuchar una voz diferente al resto, con personalidad, y que le hable directamente a ella. ¿Toda la gente? No, claro que no. Pero si tienes una voz propia muchas personas lo apreciarán.

Y, aunque sigan preguntando qué hay de lo suyo, te lo preguntarán a ti, no a tu competencia.

A ti.

Hasta mañana, salud y mucha tinta.

Michel

P. D.: Gracias por escuchar mi voz escrita. A mí me importa también la tuya. Siempre que quieras, me tienes a un clic.

P. D.: Esta escena, resumida y ambientada en 1969, es uno de los mejores momentos que destila el fantástico guión de la serie The Crown («creo que aquí es cuando ella decide vivir para siempre y no dejarle gobernar», dice el comentario más aplaudido que dejaron en el canal oficial de Netflix en Youtube).

P. D.: Si quieres que alguien te ayude a crear una voz propia que te diferencie, y darte las palabras justas para responder a la gente cuando te pregunte qué hay de lo suyo, contesta a este correo.


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